viernes, 7 de octubre de 2022

Jon Anderson: “Con los miembros de Yes no somos amigos: somos hermanos”


 

Por Fernando G. Toledo

Hay una voz como un trino, una garganta de cristal que atraviesa las alzadas pedregosas del rock y que tiene hoy el mismo efecto que cuando hizo escucharse por primera vez, hace medio siglo. Esa voz es la de Jon Anderson, el músico inglés que desde su entrada a la música (con el grupo The Warriors) y luego y, sobre todo, con la marca de fuego dejada al frente de la banda progresiva Yes, una referencia imposible de eludir cuando se hace el recuento de la música popular que animó el siglo XX.

Por décadas, todo aquel mendocino que supiera de la existencia de propuestas musicales como las de Yes, King Crimson, Deep Purple u otros tantos tenía que hacer ingresar en la esfera de lo imposible la oportunidad de tenerlos tocando cerca de casa. Sin embargo, de cinco años a esta parte, ya pasaron por nuestros escenarios Robert Fripp, Tony Levin, Roger Hodgson y los Purple. Y también Yes, aunque sin Anderson, debido a que hoy los caminos del vocalista emblemático del grupo y el resto de sus compañeros van por separado.

Así que mientras Squire, Howe, White y el resto pasean por el repertorio clásico de Yes cambiando cada tanto su cantante, Anderson (el dueño de la voz única) ha apostado a algo propio de su estilo: un show en el que ese canto etéreo vaya al frente.

Y con esa propuesta, en la que sólo trae una guitarra, un piano, su garganta y las canciones que compuso, llega por fin a estas tierras, para cerrar el “círculo progresivo” que sólo un soñador algo desquiciado podría haber dado por posible años atrás.

Anderson canta esta noche en el teatro Plaza de Godoy Cruz, donde ofrecerá canciones clásicas como Long Distance Runaround, And You and I, Owner of a Lonely Heart o Nous sommes du soleil, en un recital que se espera quede para siempre grabado en la memoria de los melómanos locales.

Antes de ese show, Anderson (quien está haciendo una gira por el país) se prestó a una entrevista por correo con Escenario & Tendencias en la que deja en claro su carácter soñador y optimista y en uno de cuyos tramos deja en claro que la historia de él junto a Yes no ha sido clausurada.

–Lo primero que quisiéramos saber es cuál será el repertorio del show que dará en Mendoza. ¿Cómo ha elegido las canciones de su enorme repertorio?

–Me gusta cantar las canciones de Yes que escribí para la banda, como Starship Trooper, Owner of a Lonely Heart, partes de Close to the Edge, Your Move, ‘Give Love Each Day… y muchas más. También canciones de mi dúo con Vangelis, como Find my Way Home. Hay tantas canciones conocidas, y algunas nuevas… Yo simplemente disfruto de cantarlas.

–Como sabrá, este concierto en Mendoza está precedido por una gran expectativa. ¿Qué siente un artista cuando conoce que hay un público, frente al cual nunca ha cantado, que lo espera con ansiedad?

–Es maravilloso saber que hay gente que llega a un concierto a divertirse, a pasar un buen momento, a cantar juntos… Yo me siento confortado con cada show y eso es de veras lo principal, disfrutar de lo que hacés en la vida.

–Usted está en el mundo de la música desde 1962. Desde aquellos tiempos, y luego con la fabulosa banda Yes e inolvidables trabajos en solitario o con otros grandes músicos, han pasado ya 50 años. ¿Qué siente cuando contempla toda su carrera en perspectiva? ¿Qué momentos rescata y cómo hace para mantener viva la llama de la música?

–Escribo música todo el día en mi cabeza, siempre lo he hecho, y siempre me mantengo en estado creativo en mi estudio casero, trabajando con gente de todo el mundo con la que me conecto por internet… y así mis sueños musicales se convierten en realidad. En cuanto a mi historia en este asunto, la verdad es que hay demasiados momentos maravillosos. Estoy más que orgulloso de haber estado involucrado en discos como Fragile o Close to the Edge, que han terminado siendo tan importantes. O hacer Tales from Topographic Oceans, que fue como quedar colgado desde lo alto de una montaña. Y, por qué no, haber grabado 90125 con una producción sencillamente grandiosa y una gira con tantos conciertos impresionantes… Y pensar que todo empezó cuando, en 1963, mi hermano Tony me llevó a ver a Los Beatles, cerca de Liverpool, antes de que fueran famosos, sin chicas gritándoles. Y sonaron increíbles. Así fue.

Vigencia de la música, vigencia del afecto


–Generaciones de melómanos crecieron escuchando sus canciones y su inconfundible voz. ¿Alguna vez se preguntó cuál era la clave para mantener tamaña vigencia?

–(Cita un fragmento de la canción Awaken): “Como cuando escapé y me di la vuelta, y estabas allí parado cerca de mí”.

–Hace dos años, una de las versiones de Yes se presentó en Mendoza, con otro cantante, por supuesto. ¿Cómo es su actual relación con los miembros de la banda? ¿Siguen siendo amigos?

–No somos amigos, sino que aún somos hermanos. Y como en la mayoría de las familias, no todo es perfecto. En cuanto a mí, los amo y estamos conectados por la música que creamos juntos.

–El legado de Yes aún permanece fresco y vigente. ¿Cómo fue posible para una banda grabar discos tan geniales como Fragile y Close to the Edge, ambos de 1972, en tan breve espacio de tiempo?

–Atravesábamos una gran “armonía” en aquellos días. Confiábamos el uno en el otro, no había nadie tratando de convencernos en hacer “hits” ni nada por el estilo. Ese ha sido siempre el problema, en realidad, los de afuera diciendo tonterías que no ayudaban al grupo, muy destructivas.

–Es usted una figura esencial para el panorama de la música popular contemporánea. Pero ¿quiénes fueron los músicos que lo influyeron? ¿Qué música escucha y qué grupos actuales les parecen interesantes?

–The Beatles, The Beach Boys, Nina Simone, Frank Zappa, Jean Sibelius, Igor Stravinsky, Jimmy Webb, Paul Simon, Joni Mitchell, son tantos los que he escuchado… Y en cuanto a los grupos actuales, puedo mencionar a Battles, Grizly Bear, GroupLove, First Aid Kit… también son un montón.

–Durante este mes, en que usted visita Mendoza, también estará pisando nuestras tierras Robert Fripp, quien llega para dictar un curso. Eso significa que dos de los más importantes músicos del rock progresivo estarán en nuestra provincia. ¿Qué opina sobre la influencia y la actualidad de este género?

–Cuando vi a King Crimson (la banda de Robert Fripp) por primera vez, quedé asombrado. En cuanto a otros grupos, qué puedo decir de Mahavishnu Orchestra o de Led Zeppelin… ¡guau! Música en estado salvaje por todos lados, pero que es en definitiva la misma. Mundos diferentes, pero siempre dentro de una música que evoluciona.

–A la hora de componer, usted ha prestado mucha atención a las letras. ¿Qué puede contarnos de los momentos en que escribe y cómo define su propia poesía?

–Escribo de manera espontánea. No es que pase horas trabajando en las palabras, sino que estas simplemente llegan a mí de una manera tal que realmente me excita. Así que lo que hago es respetar las letras cuando las canto por primera vez tal como se me ocurren. Creo que a eso simplemente se lo puede llamar… ¡jazz!

martes, 7 de junio de 2022

Entre dos amores

 

 Acerca de los periodistas, de los artistas y del periodismo como un arte


por Fernando G. Toledo

Para algunos no hay dualidad entre las facetas de periodista y de artista. Son, en metáfora corriente, dos caras de la misma moneda. Por eso lo que hace un escritor, por ejemplo, es escribir simplemente en dos géneros: el periodístico y el literario. Por eso el actor puede sentir que, ante cámara, da lo mismo interpretar una línea argumental que dar una noticia (la realidad supera a la ficción, para seguir con las frases usuales). Y por eso el cantante, también, hace del micrófono de la radio el artilugio que lleva su voz hablada como en el escenario la lleva cantada.

Pero esos casos, me parece, son los menos. No sólo porque traducir el arte que se practica con la rama periodística que se desarrolla no es siempre tan simple (¿qué equivalente periodístico es el del escultor, el del violonchelista?), sino porque la mayoría, suponemos, separa muy claramente sus quehaceres y, casi siempre, el del artista es, en la vida diaria, el oasis para la árida, rústica, aunque no menos apasionante tarea informativa. 

En quien esto escribe, por ejemplo, la cuestión es muy clara: el periodismo es la profesión y la poesía, la devoción. Para ciertos colegas (periodistas) el periodismo ocupará el rol marital y el arte, el de amante. La pregunta sería: «¿A quién aman más?». Y la respuesta sería otra pregunta: «¿Quién dijo que no se pueda amar a ambos por igual?».


Publicado en Diario Uno el 6 de junio de 2010

martes, 10 de mayo de 2022

La década narrada

Liliana Bodoc. Foto: Marcelo Aguilar

 

La mendocina Liliana Bodoc fue elegida por la Fundación Konex como una de las escritoras de la década. Planea un filme y está terminando su nueva novela.

por Fernando G. Toledo

La escritora mendocina que está dictando ese taller está a punto de hacer también una película. La que está frente a los futuros escritores acaba de ser galardonada como una de las plumas más relevantes en la literatura juvenil argentina de la última década. Ella, la escritora que habla, está por terminar su nueva novela. La escritora que comparte, más que impartir, los entresijos del laberinto de la escritura es también la autora de una saga épica equiparable a otra célebre: El señor de los anillos, de Tolkien. Y esa escritora, la misma que allí parada frente al grupo brinda su taller literario con humildad y la inocencia de quien siempre está buscando, habla ahora con nosotros, en un alto de su curso.

Liliana Bodoc, de ella se trata, está en Buenos Aires. El viernes abrió el I Encuentro Internacional de Literatura Fantástica, organizado por la Universidad de Buenos Aires. Pocos días antes, la Fundación Konex la galardonó con el diploma que la reconoce como una de las 100 escritora más importantes de la década. Diez años antes había recibido un premio análogo.

A la autora de La saga de los Confines los premios no dejan de causarle sorpresa. Orgullo también, por supuesto, pero ante todo esa sensación de maravilla ante lo que sucede con algo (su escritura) que provoca admiración y que para ella es un juego que siempre debe ser distinto.

–¿Qué sentiste al recibir el Premio Konex por segunda vez consecutiva?
–La verdad es que una vez más me sentí sorprendida. Me sorprendí hace 10 años por estar entre los escritores premiados por el diploma al mérito en la literatura juvenil. Y esta vez vuelvo a sorprenderme y a sentirme orgullosa por el jurado que da la distinción, que es vasto, enorme, diverso y con distintas posturas estéticas e ideológicas. Haber sido nominada es un orgullo.

–¿Te invitan estos premios a reflexionar sobre todo lo que tus libros provocan?
–Si tengo que buscar un porqué quizá tenga que ver con que verdaderamente mi intención ha sido siempre desafiarme a mí misma en la escritura. Desde La saga de los Confines hasta El perro del peregrino (N. de la R.: su última novela), he intentado arriesgar estéticamente, ya sea en el lenguaje hasta los géneros para abordar. Nunca quise quedarme quieta en el registro de la épica fantástica, por ejemplo, que es el que me hizo conocida.

–¿Esa búsqueda por algo nuevo se da en vos sólo como escritora o también como lectora?
–Yo como lectora soy muy abierta a diversos géneros y estilos. Lo mismo me pasa con la comida y la música. Con todo, excepto el fútbol: soy hincha de Colón de Santa Fe y eso no se cambia (risas). Y posiblemente eso pasó con mi escritura. Me gusta sentarme ante la máquina y decirme: “Voy a encarar un camino que no conozco”. Eso me llevó a tener novelas truncas, pero evita que me aburra. Porque uno se empieza a repetir y a agotar.  Escribir otra épica fantástica era impensable para mí hasta que pasaran muchos años.

–Pero esos libros dejaron una marca. De hecho, por algo abriste el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica...
–Sí, allí estuve en la apertura, en la Biblioteca Nacional, con Horacio González y con académicos de la UBA. Me alegra mucho que la academia haya tenido el gesto de arrimarse a la literatura fantástica de hoy. Porque hay  un nuevo género fantástico ligado a los géneros populares y está bueno que la academia se dedique al presente.

–¿Qué ves de especial en este género fantástico contemporáneo? ¿Que por él entran a la lectura muchos jóvenes, por ejemplo?
–Sí. Los lectores de este género son lectores nuevos. Y no sólo jóvenes. Sé de chicos que empezaron a leer mi saga, u otros libros de hoy, como Juego de tronos. A este género llega un lector más desprejuiciado, más puro.

–¿Qué te sucede al pensar que muchos se convirtieron en lectores al leer tus libros?
–Creo fervientemente en la responsabilidad del escritor. Sin que nos pongamos en un lugar de dictaminar moralmente nada. Tiene que ver con el convencimiento pleno de que la palabra crea o provoca realidad. Y escribir es generar realidad. Y eso da una inmensa responsabilidad. Yo concibo así al lenguaje literario. Y el escritor es más responsable en cuanto escribe para seres humanos en formación. Y digo “seres humanos”, no sólo “lectores”. Entonces, cuando una docente me dice que su alumno que no leía nada y ahora lee por La saga de los Confines eso representa una responsabilidad enorme. Yo entiendo que luego de la saga... va a pasar a algún libro más importante. Pero creo que por eso, en esa historia ficcional yo debo transmitir otros valores que sean importantes. En el caso puntual de esos libros aparece el hecho de valorarnos como continente, de rescatar el valor de una cultura existente...

–Estás ahora dictando un taller literario, y éstos son con frecuencia tema de debate sobre preguntas como: “¿Sirven o no sirven?” o “¿forman o no a escritores?”. ¿Cómo son tus talleres?
–Como docente soy caótica e irracional. En mis talleres no se trata de hablar de los tipos de narradores, de los puntos de vista o esas cosas. Se trata de entrar en la cocina emocional de la literatura. Se trata de ponerlos a  escribir sobre algo que no eligieron, instalarlos en la incomodidad de la escritura. Eso provoca una cosa más intuitiva, visceral. Siento que estos talleres literarios pueden servir solamente para avivar un fuego en  decadencia, avivar cenizas que por mil razones se han apagado. Por eso yo me centro más en la emoción que en la técnica.

–Además de participar en el encuentro de literatura fantástica y de tus talleres, ¿qué otros proyectos te ocupan en estos días?
–Hay cosas muy importantes. Sobre una en particular no puedo decir mucho. Pero se trata de un proyecto que me apasiona, y tiene que ver con una película. Voy a trabajar en sociedad con alguien, y apenas se concrete esa sociedad se dará a conocer...

–¿Tiene que ver con el postergado proyecto de llevar La saga de los confines al cine?
–No. Sobre ese proyecto no hay novedades. Es algo nuevo.

–¿Y el libro que nos contaste que estabas escribiendo?
–Me está costando mucho escribir este año. Voy a participar en un documental de la TDA, para cuatro capítulos en la laguna de Guanacache con la comunidad huarpe. Yo voy a hacer el personaje que recorre el lugar. Eso  más los viajes y otros trabajos laterales me han apartado bastante de la escritura. Pero hay una novela que está por cerrarse: se llama Amazonas Retiro. En unos meses espero terminarla. 

Publicada en Diario Uno de Mendoza el 11 de mayo de 2014

jueves, 25 de noviembre de 2021

El héroe perfecto




Corazón valiente (Braveheart), EE.UU. 1994. Dirección: Mel Gibson. Producción: Mel Gibson, Alan Ladd Jr. y Bruce Davey. Guión: Randall Wallace. Fotografía: John Toll Asc. Diseño de producción: Tom Sanders. Música: James Horner. Intérpretes: Mel Gibson, Sophie Marceau, Patrick McGoohan, y elenco.

por Fernando G. Toledo

Con Corazón valiente prepárense para ver de todo: lo épico y lo romántico, lo sangriento y y lo dramático, lo histórico y lo mítico, lo vertiginoso y lo quieto... Y el que quiera, puede perder de nuevo la partida ante Mel Gibson. Si ya este hombre había sorprendido con la dirección de El hombre sin rostro, lo hará de nuevo, pero esta vez con las dimensiones que un drama de estas características puede tener. De nada servirá que uno vaya, preparado, con los pantalones mejor ajustados: en la escena más difícil, las faldas de estos escoceses pueden echar por tierra cualquier descalificación tajante y hasta arrancar del más escéptico un “ta’ bien”.

Braveheart (según su título original) da cuenta de que el australiano es valiente también fuera de sus papeles. Encarar una producción de estas características, realizarla muy dignamente y además brindarles un pronóstico favorable a los dramas épicos –similar al que les llegó a los westerns después de Danza con lobos y Los imperdonables– no es poco para un actor por el que pocos apostaban en estos rumbos.

El guionista Randall Wallace (sin parentescos con el valiente) rescata la leyenda a un héroe escocés de de los siglos XIII y XVI, que luchó contra el rey Eduardo Zanquilargo por la libertad de Escocia. De William Wallace se conservó en la memoria un héroe impecable y en eso se inspira el filme. Por tal caso, las debilidades tienen alicientes: los flancos –el principio y el fin de la vida de Wallace– se muestran un tanto lustraditos y, lo peor, previsibles (sin embargo, la la leyenda hubiera sido más traicionada con una exploración menos impecable del héroe); el tratamiento hacia hacia algunos personajes es bastante irrespetuoso y Gibson –con algunas ideas chapadas a la antigua– peca de prejuicioso (sin embargo, seguramente el trato a los homosexuales de la época no distaba mucho de éste, a pesar de que esta excusa se contradiga con la excusa anterior), y así. Por todo eso, a la vez, los puntos fuertes son el nervio de la película. Las pizcas de humor, la mejor actuación recostada sobre el más malvado, la demás coyunturas son impecables. 

Y lo mejor poco puede decirse de las batallas escoceses versus ingleses que no suene a poco ante la espectacularidad de como se muestran. Ayudado por el cinemascope, Mel Gibson consigue imágenes, acción y suspenso estremecedores. Presenciar estas escenas es como meterse en el medio justito del de las lanzas, y esto que choque de las sirva de advertencia para los que se impresionan fácilmente, porque la butaca del cine puede correr peligro.

Wallace es el héroe perfecto: enamorado, y fiel, y amante de la libertad (concepto un tanto moderno para poner ponerlo en boca de un personaje tan antiguo, pero en fin...). Es un héroe al que sólo la deshonestidad, en sus múltiples formas, puede vencerlo. porque en en su cabeza o en su corazón tal deshonestidad no cabe. Es un héroe buenísimo, bah. Y cuidado con él, prevenidos y prejuiciosos. Que desde allá arriba, en la pantalla y de la mano de Mel Gibson, el escocés puede hacerle jugar una mala pasada a nuestro escepticismo si no sabemos apreciar sus triunfos.


Publicada en Diario Uno el 10 de septiembre de 1995

sábado, 9 de octubre de 2021

Al arrullo de Jon Anderson


 

El talentoso músico se presentó el domingo en el Teatro Plaza de Godoy Cruz. La voz de Yes cantó canciones de sus 50 años de trayectoria.

por Fernando G. Toledo

Se puede comenzar de manera convencional esta reseña y decir, por ejemplo: «Jon Anderson ofreció un concierto rebosante de belleza el domingo, en su primera presentación en Mendoza». Recordar que fue una actuación en solitario, con la sola compañía de unas guitarras, un ukelele, un extraño instrumento chino y un teclado. Poner al margen que se completó así el círculo de Yes, tras la actuación de la banda, sin su voz, en 2010. Dar cuenta de que Jon Anderson está pleno aun cuando sobrevivió a un ataque de asma que lo puso en 2008 al borde de la muerte.

Pero no. Un recital como el del domingo, en el teatro Plaza de Godoy Cruz, merece otra cosa, porque el de Jon Anderson no fue un recital convencional. Fue algo tan íntimo y cercano que pareció que nos hablaba en la cara, a cada uno de los 700 allí presentes. Así que lo menos que merece es que le hablemos a él.

Y lo que hiciste, entonces, Jon, no fue visitar por primera vez «the city of trees» («la ciudad de los árboles»), como le llamaste a Mendoza. Lo que hiciste fue invitarnos al living de tu casa, una casa imaginaria pero allí visible. Y en el living de su casa uno no tiene la parafernalia propia de una banda de rock paradigmática, como Yes por ejemplo. Uno tiene unas guitarras, quizá un ukelele y algún extraño instrumento chino recolectado en tantos viajes (una especie de guitarra reducida de tres cuerdas) y, a lo sumo, un teclado. Y tiene la voz, tu voz Jon, que no es una voz cualquiera, sino esa voz que, de existir los ángeles, envidiarían tu garganta.

Y empezaste a cantarnos. A cantarnos esas canciones que ya no tienen tiempo y por eso no tiene sentido ordenarlas por antigüedad. Da lo mismo si es Your is no Disgrace Sweet Dreams de Yes, o One love de ¡Bob Marley! Importa poco si luego, con un instrumento chino del que ya has olvidado el nombre, repasaste Flight of the Moorglade, de tu primer disco solista.

Sabemos que no estás para virtuosismos instrumentales. Que estás en tu casa, claro, y las canciones van saliendo con la compañía de modestos rasguidos y, sin embargo, esto provoca un efecto por todos bienvenido: que tu voz llena todo el aire que nos rodea, tu voz, que sigue tan perfecta como hace 10, 20, 30, 40 o, sí, 50 años. Tu voz que parece un trino, un arpa, un gorjeo, algo que nos cuesta creer que sea posible.

También nos parece que así, con este concierto íntimo y desenchufado, nos estás permitiendo asistir a algo más. Podemos oír, como en un descubrimiento, cómo nacieron esas canciones maravillosas y complejas que llenaron algunos de los mejores álbumes de Yes. Nacieron así, con ese tarareo, sin florilegios ni grandes arreglos, sino como melodías que iban saliendo por tu garganta.

Pero también hay un obsequio de tu parte, y es tu humor. Se muestra a pleno cuando, al presentarnos una de las canciones que grabaste en tu disco a dúo con Vangelis (Find my way home), nos recordás sobre el músico griego que es aquel que compuso Carrozas de fuego, e hizo mucho dinero con eso… y que cuando había que convencerlo para que fuera a un programa de TV simplemente bastaba con recordarle que había dinero de por medio.

Qué bueno que en este living imaginario, Jon, sea posible que incluso los más exigentes seguidores de tu carrera, que siempre miraron con desconfianza la etapa comercial de la banda, canten sin embargo, ya desenfadados o hechizados por tu voz, el tema emblemático de esa etapa: Owner of a Lonely Heart. Claro que, como viene rodeado de Starship Trooper o America (de Paul Simon, y que ya habías grabado con Yes), es difícil poner reparos.

Tampoco hay reparos cuando vas al piano, Jon. Estás muy lejos de tu amigo Rick Wakeman, claro, pero no te importa: «Sólo toco con las teclas blancas… es más fácil», broméas, y nada importa porque, justo allí, empiezan a sonar las obras maestras de tu etapa con Yes: Close to the Edge (¡nada menos!), Heart of the Sunrise o The Revealing Science of God, mezcladas con Marry me again.

Y al final, Jon, qué podemos decir, si, ukelele en mano, vienen You got the light, Nous sommes du soleil o tu versión de A day in the life, de Los Beatles. Y, a propósito de esto, llegan tus anécdotas sobre tu inserción en la música, sobre Robert Plant y Joe Cocker, y tu homenaje a esos momentos con tu canción Tony and me, y el tributo a Lennon que combina su Give peace a chance y tu Your move.

En fin, Jon Anderson, toda esa seguidilla final soñada (Soon, Roundabout, I’ve seen all good people, Wondrous Stories), no hace más que decirnos a nosotros mismos que, ciertamente, es poco lo que un aplauso puede devolverte. Cuando, a poco de cantar Give love each day has dicho que «dar es estar vivo», nos has dejado sin palabras. Nos has dado canciones magníficas Jon, y nos las has cantado al oído. Recibir también es estar vivo, Jon, más vivo si es al arrullo de tu voz. Así que gracias. Gracias por darnos tu música.

lunes, 28 de octubre de 2019

La memoria



© Fernando G. Toledo

Bastaría una memoria doble, una buena memoria, al menos. Por esos tiempos (abril del 87), el rock argentino estalló por toda Latinoamérica. Había pasado el tiempo de aprender a ponerse de pie, el Proceso se iba olvidando y por febrero de 1985 un grupo llamado Miguel Mateos/Zas saca un disco y se vende unas 400 mil copias del álbum titulado (¿recuerdan?) Rockas vivas. Era increíble: todo el mundo tenía un ejemplar en casa.
El grupo se paseó por todo el país, llenando estadios, teatros y cuanto se le pusiera por delante. Fue considerado el mejor grupo del año y Mateos acrecentó el prestigio que se venía ganando. Al año siguiente Zas grabó su álbum más pretencioso. Pero ese muy buen material lo haría enterrarse por mucho tiempo para el público argentino que, un año antes, lo había idolatrado como a un Charly cualquiera.
Fue en la gira de Solos en América, tal el nombre del disco, cuando vinieron a Mendoza y fueron interceptados por Milena Rodríguez, Andrea Catalano, Sergio Pulido, Pablo Rossignoli y Néstor Nardella, para su programa Tiempo libre en la vieja Emisora del Sol de la calle Emilio Civit. Hubo dos presentaciones: una en Rodeo del Medio y la otra en el Estadio Pacífico. Lleno total, bombachitas mojadas, euforia a discreción, una fanática que se subió al escenario e hizo perder los acordes de Un gato en la ciudad a Miguel Mateos eran síntomas de un momento que el grupo jamás volvería a alcanzar.
Muchos se dedicarían después a hundir a Mateos, criticando sus pretensiones, sus discos tan diferentes, de una manera (ahora que se lo ve de lejos) casi inexplicable. Muchos se dedicarían, sobre todo, a olvidarlo.
Por eso haría falta una memoria doble, una buena memoria. Que recordara quién fue el que abrió las puertas al rock argento hacia el resto de Latinoamérica, que recordara esos momentos de Rockas vivas, que se animara a escuchar un poco de los discos que le siguieron a ese (de Zas y de Mateos como solista), que supiera reconocer la grandeza de los espectáculos de Miguel Mateos/Zas. Una buena memoria.

Publicado en el suplemento Zapping, Diario Uno, el 16 de junio de 1994.

sábado, 21 de mayo de 2016

Se llamaba Erik Satie, como todo el mundo


Mr. Satie at the piano, por Nick Cudworth
Un dandy francés borró los límites entre la genialidad y la locura, y compuso “la música del futuro”.


El hombre, elegante y circunspecto, llegó al cabaret Le Chat Noir como un cónsul a una embajada. Aspiraba a convertirse en músico del lugar, pero presentarse como “pianista” era explicar muy poco. Así que estrechó la mano al dueño del lugar y dijo de sí mismo: “Soy Erik Satie, gimnopedista”. “Es en verdad una hermosa profesión, mi señor”, respondió el propietario, con pareja gravedad.

Satie había nacido en Honfleur en 1866 y las primeras piezas para piano que de él se conocen las escribió a los 18 años. Por entonces ya era un personaje extravagante y curioso, inclasificable para cualquiera que deseara trazar el límite entre la genialidad y la locura. Llamarse a sí mismo “gimnopedista” –en alusión a sus tres composiciones para piano más famosas: las Gymnopédies–, era casi un gesto de recato para quien supo escribir obras que se adelantaron en casi un siglo a la música minimalista, obras que titulaba con nombres ridículos, que provocaron funciones escandalosas –con sillazos y golpes de puño entre asistentes defensores y detractores– o que, simplemente, provocan el mismo efecto de la hipnosis a poco de escuchar cualquiera de ellas.

Si uno lo piensa bien, no hay nada en la vida de Satie que haya sido una pose. Vivió del mismo modo que compuso las inolvidables Gnossiennes, sus tres ballets, sus canciones. Pero nos falta saber si fue así porque estaba convencido de esa identificación entre el arte y la vida o sólo porque no podía hacer otra cosa.




Satie fue un dandy en la París de los dandies con el fin de burlarse de todos ellos. Por eso mismo es que ante la alta sociedad y la crítica oficial no pasaba de ser un pianista de cabaret, pero para quienes podían avizorar que él estaba escribiendo la música del futuro, sus gestos y su andar eran sencillamente anacrónicos, es decir, también adelantados a su época. Así que a nadie podía extrañar que de pronto, este ironista y enemigo de las instituciones, se dijera miembro de una sociedad secreta (los Rosa Cruz), o que le propusiera matrimonio a la única mujer que amó, o de golpe ingresara a estudiar a un Conservatorio cuando eran los académicos quienes lo despreciaban.
Autorretrato.

Mientras sus colegas Debussy, Ravel, Auric, Honegger o Milhaud se rendían a sus pies; mientras pintores como Picasso y Picabia o escritores como Jean Cocteau lo alababan públicamente, Satie no dejaba ni de componer ni de observar todo con cierta condescendencia. Aunque está claro que no era insensible: cuando el crítico Jean Poueigh denostó el ballet Parade, nuestro compositor le devolvió la gentileza con una postal que decía: “Señor, usted sólo es un culo; pero un culo sin música”. No es díficil comprender que a Poueigh le haya parecido inadmisible escuchar que, en ese ballet, Satie le agregaba a la orquesta convencional cosas tan extrañas como un revólver disparado en escena, una máquina de escribir, dos bocinas de barco o botellas llenas de agua…

El misterio y la excentricidad acompañaron a Satie como su galera o sus frases sorprendentes. Cocteau contaba que recibía, tarde a tarde, la visita del músico, quien se quedaba siempre con su abrigo puesto “los guantes, el sombrero inclinado sobre sus anteojos, y con el paraguas siempre en la mano”.

Pero hubo un lugar común del que no pudo escapar el gimnopedista Satie, y fue de la muerte. Así, el 1 de julio de 1925 su cuerpo, al que poco atendía más que en su aspecto exterior, se rindió ante el alcohol y la escualidez. Fue en ese momento que sus amigos entraron, por primera vez, al minúsculo departamento que ocupaba desde hacía casi 30 años en Ancueil. Lo que encontraron fue propio de Satie, sorprendente y misterioso como él: polvo, mucho polvo; pilas de partituras con obras inéditas; cartas que jamás abrió; dos pianos unidos por las pedaleras y apenas usados; 100 paraguas; 20 trajes verdes; dibujos de seres y lugares imaginarios y unos cuatro mil rectángulos de papel recortados cuidadosamente. Y en uno de ellos, la siguiente frase: “Me llamo Erik Satie, como todo el mundo”.